Archivo por meses: julio 2011

Un viaje, en compañía de otros, de la lección a la experiencia.

Esta semana, al margen de la exposición de Antón Reixa, en el CGAC, hemos recibido lecciones de (algunas) cosas que nos han servido hoy para llegar a lo que realmente n(o)os preocupa de la exposición «Leccións de cousas».

(N)os explicamos:

Para ser precisos con el contenido de lo que escribimos nos tomamos un minuto para delimitar el significado, siempre plural, de lo que son las lecciones, tanto en relación a lo que nos ha sucedido como a la propuesta expositiva de Antón Reixa.

Lección es, en primer lugar, lectura, acción de leer. Nos han leído, esta semana. Lección es también la inteligencia de un texto según el parecer de quien lo lee o interpreta, o según cada una de las distintas maneras en que se halla escrito.

Según el parecer de quien nos ha leído, esta semana, nuestros textos dificultan la inteligencia, es decir, se hacen ininteligibles.

Al hilo de esta cuestión nos formulaba, quien nos ha leído, la siguiente pregunta: ¿Por qué la crítica institucional, si lo que pretende es dilucidar sobre cuestiones con importantes consecuencias reales como las relaciones de poder, la producción de saber o las políticas culturales utiliza el lenguaje más difícil?

A raíz de esta pregunta hemos reflexionado juntos (quien nos ha leído y nosotros) sobre si lo que hacemos, aquí, es crítica institucional. Hemos decidido que sí. Nosotros hacemos crítica institucional de tercera generacion (la primera, la de los años sesenta, se ejercía en clara oposición a la institución, la segunda, en los noventa de manera integrada, desde el interior de la institución y la tercera trabaja hoy en la práctica instituyente, la de construir conceptual y materialmente otras instituciones basadas en otros modelos de realidad y otras relaciones de potencia que no ya de poder, teniendo en cuenta que todo poder es potencia y en sí no tiene nada de perjudicial más que cuando éste se ejerce como poder pastoral o poder triste, es decir, aquel que para mantenerse se basa en el impedimento de las potencias de otros).

Algo que sería oportuno aclarar es que lo que hacemos, fuese crítica institucional o no, lo hacemos hoy en Galicia, un lugar emocional, físico y político en el que no ha existido más crítica insitucional, en el mundo del arte, que la derivada del ejercicio artístico más o menos contestatario de los años ochenta. Sabemos hoy en gran parte gracias a los análisis de historiadores y críticos del arte como Jorge Luis Marzo que aquella potencia crítica obedecía en buena medida a una explosción de deseo reprimido o exaltación de la recién conquistada libertad; lo que se conoce psicológicamente como una catexis o inversión de energía psíquica (consciente o inconsciente) en una representación, una idea o un objeto. Una energía que por lo que a su capacidad contestataria se refiere perdió toda su eficacia política y social en el momento en el que fue asumida desde el aparato político y lo que es más lamentable desde su propio cuerpo productor como objetos artísticos aislados, coleccionables, importables y comercializables indicativos de cierto valor económico (como mercancía y no como fuerza de trabajo), social (como símbolo de poder adquisitivo y de clase y no como potencia transformadora) y político (como instrumento de consenso para unirse al resto del mundo «moderno» y no como herramienta para pensar la gobernabilidad).

Geocontextualizado nuestro ejercicio textual y sin buscar una respuesta definitiva a la pregunta que se nos formulaba nuestro pequeño ejercicio crítico es lección en el sentido de lectura. Lectura de cierta tradición profesional técnica específica cuyas aportaciones no podemos todavía, en gran parte debido a nuestra juventud (que se nos pasará), olvidar ni por otra, debido a nuestra asunción de responsabilidad, obviar. Queremos decir que la tradición lingüistica y poética de la crítica institucional ha hecho ya desde hace medio siglo una lectura de las implicaciones entre las relaciones de poder y las producciones de saber que han dejado ya y para siempre cicatrices bien visibles en nuestro lenguaje, heridas que llevamos abiertas en cuanto historia y que no buscan reconocimiento por parte de una tribu sino afecto y respeto por las batallas y su memoria. Intentaremos modularla, en lo posible, la necesidad de afecto en aras de una comunicación más clara sí, emer(a)gencia obliga.

En segundo lugar, lección es también la instrucción o conjunto de los conocimientos teóricos o prácticos que de cada vez da a los discípulos el maestro de una ciencia, arte, oficio o habilidad así como todo lo que cada vez señala el maestro al discípulo para que lo estudie ; en este sentido, también, esta semana se nos ha cuestionado que a la hora de escribir no parecemos transmitir todo aquello que sabemos o podemos llegar a explicar sobre aquello de lo que escribimos limitándonos a señalar o detectar tres o cuatro cuestiones básicas que parecen preocuparnos, que repetimos una y otra vez, en textos que parecen iguales y que mantienen, siempre, a la insitución en el punto de mira.

Hemos pensado entonces que nuestro ejercicio más allá (en contra incluso) de la producción de saber académico (no reconocemos desde hace tiempo la relación maestro-discípulo) es un posicionamiento, una militancia, como tantas otras. Al respecto, reconocemos que sí hay cuestiones básicas, de urgencia, que a través de la exposición, evento o acontecimiento desde (y no sobre) el que estemos escribiendo (porque el objeto de estudio jamás lo hemos entendido como algo separado del sujeto que lo estudia) se manifiestan siempre en nuestros textos, sobretodo cuando se enmarcan dentro de una actividad institucional.

Estas preocupaciones básicas las repetimos, insistimos, de nuevo, aquí:

Que el único Centro de Arte Contemporáneo que hay en Galicia funcione como un Museo con una regulación normativa interna inadecuada, sin personalidad jurídica propia y en relación de 89km con un Museo de Arte Contemporáneo, el de Vigo, que funciona mínimamente, pero funciona, como Centro de Arte Contemporáneo.

Que el Centro de Arte Contemporáneo de Galicia, el CGAC, no tenga al margen de la figura del Director que en cada momento ejerza, una línea de trabajo, acción e investigación propias con sus respectivos programas y equipos internos y que funcione con la lógica de una galeria de arte privada en la que a gusto de quien decida o a fuerza de quien tenga poder para imponer se programe cada exposición como apuesta aislada dentro de un programa errático.

Que el carácter del CGAC, en tanto espacio público sea personalista. El CGAC es plaza pública y en tanto tal debe estar en contexión permanente de trabajo con las distintas plataformas, colectivos, asociaciones, proyectos de investigación de artistas, creadores, activistas, críticos, historiadores, ciudadanos y otros centros de arte estatales e internacionales que no se limiten a la itinerancia de exposiciones. Es intolerable que el CGAC sea únicamente el espacio físico en el que un Director escogido mediante concurso público ejecute su programa y solidifique su currículum con el mero objetivo de aleccionar a los ciudadanos y profesionales en cierto criterio estético.

Que, por último, en la situación económica en la que se encuentra el CGAC, realmente preocupante, la postura del Centro y de quien lo representa sea la queja y la búsqueda de soluciones dirigidas a todo costa (afectando suponemos presupuestos y gestiones futuras) a mantener una programación mínimamente digna. Es momento de asumir la situación, abrir las puertas al debate, las soluciones, los agentes y las propuestas colaborativas del entorno y afrontar su gestión pública. De lo contrario, el CGAC, ese que se defendía en la mesa de debate organizada por Tempos Novos en el 2009 como «Buque insignia» se hundirá o trasladará su problema a otra persona. Se necesita un equipo plural que sepa manejar una nave pequeña y resistente en conexión con toda una flota real.

En definitiva y en relación a lo que veníamos pensando puede que nos falte trabajo de análisis concreto de ciertas propuestas artísticas institucionales pero la urgencia y el peso del buque que se hunde condiciona la capacidad de producción de significado de sus exposiciones y la capacidad de lectura de sus críticos.

En cuanto a este sentido de lección como capacidad de dictaminar cuál debe ser el objeto de estudio (la propuesta artística en este caso y no el marco institucional, el significado de ciertas exposiciónes y no sus modos de producción, lo entendido como declaraciones públicas y no los juicios de valor) hace tiempo que hemos abandonado los pupitres y que hemos decidido no ser un ladrillo más en el muro, es más, llevamos algunos meses haciendo butrón.

Por último lección es también la amonestación, acontecimiento, ejemplo o acción ajena que, de palabra o con el ejemplo, nos enseña el modo de conducirnos. También esta semana hemos recibido, en este sentido, varias lecciones, en el intento de quien nos ha leído por hacernos notar que en el ejercicio de la crítica institucional es necesario un comportamiento ético, que no parecemos tener, en relación a lo público y lo privado y a la cuestión del anonimato.

Hemos pensado y discutido esta cuestión junto con quienes nos han leído y sentimos aquí la necesidad de aclarar cómo al hilo de esta reflexión nos acercamos al título de este texto: De la lección a la experiencia.

La exigencia de la ética es la primera que nos hemos hecho, al principio. Ético es aquel comportarse que busca adecuarse, refexivamente, a determinados modos de vivir o artes de la existencia que pueden adecuarse o no a los principios de la moralidad o reglas de comportamiento imperantes. Desde la pregunta de la ética ¿ Cómo se aplica la reflexión sobre las normas de comportamiento a la vida cotidiana? y no de la moral, que sería ¿Qué debo hacer? y en relación a la cuestíon de lo público y de lo privado así como del anonimato hemos recordado que:

Todo análisis de los acontecimientos estéticos que intentamos realizar comprende toda la producción de significado que podamos abarcar, es decir, tan importante es para el análisis las piezas de una exposición, el espacio físico y político en el que se exhiben, los modos de producción de esa propuesta, las relaciones de poder que afectan a los medios de producción, el discurso que desde y sobre ellas se escribe, el lenguaje que para ellas se utiliza y la estética desde la que se producen.

Entendemos que lo personal es político y hemos aprendido, leyendo, que el límite entre lo público y lo privado viene siendo un instrumento de control desde principios del siglo pasado. Al margen absolutamente de relaciones íntimas o de amistad y siempre desde el respeto y con argumentos consideramos que los vínculos en los que nos movemos dentro del espacio público son públicos, las relaciones públicas que en los actos de presentación de propuestas expositivas se establecen y las relaciones de poder y de género que implican son de relevancia pública (además de un continuo campo de batalla) y los juicios de valor al respecto de quienes las representan son, además de un terreno resbaladizo en lo teórico, también, públicos y por lo tanto políticos. El ámbito cultural en Galicia, como en otros muchos lugares, adolece de una radical falta de profesionalización histórica, confundir las relaciones profesionales en lo artístico con las personales y por tanto la crítica con la traición es su síntoma más grave; el culto a la personalidad su enfermedad.

En cuanto a la cuestión del anonimato sobre el que también nos amonestaba quien nos había leído, esta semana, hemos de decir que Culture Workers no es un colectivo anónimo, es un colectivo impersonal. En sus inicios lo fundaron Paula Mourenza, Jesús Rosán y Ania González. Desde que en el año 2010 se trasladó a Galicia sus tres integrantes siguen formando parte del colectivo haciendo uso cada uno de ellos de sus recursos para sus propias propuestas si bien desde el inicio todo aquel que participe en las actividades, workshops o intervenciones puntuales del colectivo es Culture Workers; es más, tal y como se decidió en su día con el padrino del proyecto que fue quien lo bautizó, Pedro Soler, como trabajadores de la cultura que somos cualquiera de nosotros es de hecho un culture worker.

En lo que al ejercicio crítico que hacemos en el blog se refiere no es más ni menos que una de las intervenciones en las relaciones de poder y modos de producción que consituyen nuestro objetivo como colectivo. La impersonalidad además de un recurso literario es una realidad para nosotros ya que los textos se construyen con una multitud de aportaciones; un posicionamiento ético ya que no creemos después de leer filosofía clásica y contemporánea, poesía, lingúistica general, psicoanálisis y cuestiones de género, entre otras cosas, en la identidad ni en la intimidad como espacios de seguridad para el sujeto y por encima de todo sabemos, por experiencia, como decía Miguel Morey que el autor sólo está ahí para que el Se (la propia producción de significado del lenguaje en sí) no prolifere sin límite. Nosotros hemos decidido hace tiempo acompañar la producción de significado en la medida de lo posible desde lo impersonal en vez de limitarla en lo personal, si es que eso algo importa.

Es así como de las lecciones que nos han dado las cosas en sí y quienes nos han leído, esta semana, hemos pasado de la lección y sus implicaciones jerárquicas y moralistas a la experiencia, literalmente, a haber sentido, conocido o presenciado algo, a haber ejercido una práctica prolongada que da el conocimiento o la habilidad para hacer algo, a un conocimiento de la vida y a un acontecimiento vivido por una persona: este texto.

Todo lo anterior nos ha hecho experimentar que lo que realmente nos preocupa de la exposición «Leccións de cousas» de Antón Reixa es que la posibilidad que existe latente, todavía, en sus trabajos de los años ochenta en cuanto potencia crítica y herramienta popular de análisis de nuestra realidad gallega y sus imágenes (las del poder, las de la televisión, las de su sociedad, las de los artistas de esa sociedad, las del mundo interior y exterior ) con el objetivo de comprenderla, desautorizarla, intervenirla y transformarla se ha vuelto a encerrar con una vuelta más de llave en un conocimiento privado del que algún maestro (la institución o él mismo) nos dará lecciones en vez de integrarse contextualizadamente en tanto parte de nuestra experiencia más real, de nuestra última tradición.