Antes de comenzar con un nuevo «Hemos estado» sentimos la necesidad de aclarar que:
Hemos pasado una semana de profunda crisis crítica, política y personal por el hecho de que el hecho de posicionarnos críticamente frente a las políticas de nuestros centros culturales públicos aquí en Galicia sea (entendido como) un enfrentamiento al trabajo de profesionales que, en ningún momento cuestionamos en cuanto a su valor y su criterio estético; sí, sin embargo y radicalmente, en cuanto a su oportunidad, su producción de significado y su falta de articulación y conexión con su contexto geopolítico y profesional; lo que no supone en ningún momento una carga crítica contra un elemento vulnerable, al contrario es muestra del profundo convencimiento de que aún en las más precarias condiciones económicas (dentro de su estatus social) nuestro Centro Gallego de Arte Contemporáneo tiene la capacidad y los recursos necesarios para emprender ese proyecto común al que todavía no se ha asomado.
Pasado el traspié y sentida la profunda violencia que la falta de proyectos y programas culturales articulados en sí y entre sí y la apuesta por iniciativas personalistas (por no integradas en un proyecto estable, museológico e impersonal a largo plazo) en busca de reconocimiento puede llegar a ejercer sobre todos nosotros, trabajadores culturales, no hemos podido evitar, una vez más, hacer aquello que sabemos y podemos hacer: aprender a leer su (en tanto no sea nuestra – de todos nosotros-) producción de significado y abrirla a relación.
Vamos, pues.
Hemos estado la semana pasada en la inauguración de la exposición Estáis preparados para la televisión? comisariada por Chus Martínez y producida en colabración por el MACBA y el CGAC. Intentaremos mantener el doble hilo argumental de esta experiencia tan disociado como lo hemos vivido en tanto experiencia expositiva por un lado y experiencia social por otro.
La experiencia social
En el CGAC, el día de la inauguración había muy poca gente. No hubo apoyo institucional ni político. El director del Centro junto con su equipo, seis artistas, un crítico, un coleccionista, un editor y comisario independiente con su equipo de colaboradores y becarios, tres galeristas, dos representantes del Máster en Arte, Museología y Critica contemporánea de la USC, un colectivo de intervención cultural, un importante productor audiovisual que expondrá inminentemente en el centro, un representante de AGADIC, un montador y su equipo y tres profesionales del audiovisual gallego por lo que respecta a la comunidad artística profesional moviéndose entre una docena más de invitados. Chus Martínez, la comisaria de la exposición no acudió a la inauguración.
Dimos una pequeña vuelta por la exposición para dejarnos fascinar por el espectacular montaje y volvimos al espacio de la cafetería para tomar un vino; tras un par de copas y varias charlas y saludos a uno de nosotros le invitaron a subir a la cena privada que en cada inauguración se organiza en la Sala del Patronato del CGAC. Allí estábamos de nuevo, un número mucho más reducido de miembros de la comunidad artística profesional cenando más y mejor de lo que habíamos podido cenar abajo, en el cocktail de inauguración abierto al público. Recordábamos, estas cenas-encuentro privadas de otras épocas, como una excusa para el encuentro social pero sobre todo el intercambio profesional en un ambiente más distendido. En esta ocasión y salvando un par de excepciones, curiosamente académicas, lo que allí se dió fue una reafirmación bastante endogámica, por cierto, de las diferentes posiciones de poder que se han establecido hace tiempo ya en el ámbito artístico regional. Curiosamente ninguna mujer ocupaba ninguna de esas posiciones. Otras sí.
La cena, buenísima, terminó con la queja explícita pero íntima y la tristeza evidente del director del CGAC lamentando la poca asistencia, el arduo esfuerzo que había supuesto la exposición, las dificultades de su recepción y la falta de entendimiento y reconocimiento por parte del contexto social y profesional. A partir de aquí no pudimos sacarnos de encima un sentimiento radicalmente desagradable. Nos explicamos: pese a entender el evidente desánimo que en estos tiempos pueda acuciar al director del Centro y sobre todo al Centro mismo en relación a sus reducciones presupuestarias; que además, como un día nos dijo una afamada galerista para la que trabajamos, cada inauguración es como el día de tu boda y para ella has de tener desde la mantelería hasta el menor detalle perfectamente preparado, con las expectativas que eso conlleva; y que el desinterés del otro pone en duda el valor de uno… no podemos dejar de pensar que lo que tanto entristece al CGAC y a su director es objeto de un fácil y ya manido análisis que nos negamos a creer que no haya capacidad de hacer. (Nos)otros hacemos el trabajo:
Mientras todo un sector profesional artístico está atravesando un durísimo momento sin contar con el apoyo, los medios ni los recursos de su único centro de arte contemporáneo autonómico (más allá de los artistas que «ellos» consideren que «merecen» ser apoyados, tal y como decía el director del MARCO en una reciente entrevista) que hasta el día de hoy carece, además, de un plan director, de programación y de contenidos capaz de generar infraestructuras básicas, relaciones de trabajo operativas y tejido estético, simbólico y cogntivo real, el director de ese mismo Centro se lamenta en una cena privada dentro del espacio público (lo que no deja de suponer una división más de lo sensible, siguiendo a Ranciere) por la falta de apoyo a una exposición de tesis (que sí tenía sentido dentro de las líneas discursivas y de análsis cultural del MACBA ) en un centro sin programa público de investigación, totalmente desvinculada de sus otras apuestas, de la que no se ha hecho ningún esfuerzo de acercamiento a la comunidad artística ni mucho menos a la sociedad civil gallega. No encontramos otro adjetivo para la desagradable sensación que hemos sentido más que el de obscena, etimológicamente aquello que ocurre fuera de escena (nunca mejor dicho).
Continuamos la noche, como de costumbre, en los mismos locales de siempre sin conseguir librarnos de esa extraña sensación de obscendidad y no pudiendo dejar de sentir pese a lo poco queer que hemos sido siempre, una fuerte, pesada, múltiple y generalizada presencia blanca, burguesa, heterosexual, europea y patriarcal.
La experiencia expositiva
Hemos vuelto, al día siguiente, a ver la exposición. La conocíamos a través de la web del proyecto que no hemos encontrado referenciada en ningún lugar en esta ocasión y seguimos profundamente interesados en este exhaustivo y riguroso trabajo de investigación sobre la presencia de la televisión en nuestra construcción cultural, su relación con la producción estética y de pensamiento, su producción nunca objetiva y siempre intencionada, de siginificado y nuestra posible relación con ella como espectadores, consumidores, artistas, filósofos y ciudadanos.
Hemos abierto la cortina de la entrada y nos hemos sentado en el primero de los diez escenarios-plató específicamente diseñados para esta exposición, dedicado en este caso al Dead Air, aquellas situaciones en las que un fallo técnico en la emisión hace partícipe al espectador del aparataje técnico y otras custiones de las que no era consciente. Cada uno de estos escenarios abarca un núcleo temático, está construído a modo de set de suelo y paredes blancas en el que hay un par de hileras de sillas, un dispositivo especialmente diseñado para la exposición que consiste en una gran pantala construída en cristal oscuro montado sobre una gran caja negra que le sirve de fondo y desde la que se retroproyecta, llamado Gran TV y uno o dos monitores en los que de forma individualizada se pude consultar un pequeño archivo de programas televisivos relacionados con la propuesta temática.
De lo primero de lo que nos damos cuenta al sentarnos en el set Dead Air es de que no sabemos si por un fallo técnico o una premeditada desnaturalización llevada a cabo a través del montaje de la exposición, cuestión que aborda y plante la comisaria en su texto de introducción, cuando uno se sienta frente a la gran pantalla construída con cristal oscuro de la Gran TV la luz que entra por la contina que se deja atrás convierte la pantalla en un espejo sobre el que se hace dificilísimo por no decir imposible percibir la imagen.
Nos esforzamos más, para poder ver la pieza de Godard «Hard and Soft talk betwen two friends» que nos comienza a emocionar profundamente pero al concentrarnos en los subtítulos, vernos reflejados junto con el mobiliario en la pantalla y perder por momentos de transparencia total el contenido de la imagen casi nos da una crisis de desintegración subjetiva. Como dispositivo de recepción artística, el montaje es digno de los más radicales dispositivos de interrupción y desnaturalización brechtiana; no sabemos si intencionadamente o no. Aún con todo el deseo de nuestra parte, se nos presentaba difícil el visionado de las ochenta horas de tv que se exponen en el CGAC.
En la misma pantalla escuchamos, profundamente asombrados por cómo cuando algo es se manifiesta, las palabras de Daniel Buren al explicar una de sus intervenciones en el Museo Ghent en la que reproducía la decoración realizada en la casa privada de unos amigos, para el museo, jugando así con el concepto de lo público y lo privado: «el museo es un espacio público, no una Chambre d’Amis«. Nuestra extraña sensación obscena del día anterior, cobraba ahora todo su sentido y por fin desaparecía. Incluso ganamos argumentos de análisis para reflexionar sobre la nueva habitación del «Hotel MARCO» en Vigo; ese pequeño espacio anteriormente dedicado a propuestas artísticas experimentales.
En uno de los monitores situado al lado de la Gran TV, todavía en la zona Dead Air intentamos ver alguno de los programas seleccionados, concretamente uno de Samuel Beckett. Es una pena que nuestras clases de alemán, hace años, no pasaran del nivel básico porque están sin traducir, los programas.
Hemos continuado por los siguientes sets temáticos y sus respectivas programaciones: Els noms de Crist (una serie producida por el MACBA y dirigida por Albert Serra) El bromista insaciable, La televisión como un lugar específico, Una tribuna por ocupar, What’s my line, Quien soy?, El matrimonio grecolatino: visión de largo alcance, La televisión como reino o el reino de la televisión, El impacto de lo nuevo, On Tv el espíritu de la mímesis y Televisón y política.
Al problema de los reflejos durante el visionado se le unía ahora el del contagio del audio. Hemos estado a punto de perturbarnos profundamente, pero la experiencia de acercamiento al contenido aunque físicamente bastante imposibilitada, nos sigue mereciendo la pena. Si no tenéis pensado pasar ochenta horas este verano en el CGAC podeis ver el trabajo de Chus Martínez en la página web del proyecto http://twmacba.tumblr.com/ o consultar la publicación específica realizada para la exposición, aquí..
Hemos llegado a casa y ya a la luz artificial hemos leído los textos de la comisaria así como los de otros artistas y pensadores invitados a participar en la publicación arriba referenciada y hemos pensado que:
Realmente esta exposición, en cuanto a los dispositivos de montaje y recepción de la obra es una de las más radicalmente duras de las que hemos participado como experiencia. Ahora creemos que, el efecto espejo, la mezcla de audios, la desorientación y la desdimensión ayudan al discurso que la mueve, a la exposición y a la televisión y consigue crear en (nos)otros ese efecto de extrañeza que Chus Martínez en colaboración con artistas como Dora García o Isidoro Valcárcel ha logrado poner en marcha para con ello conseguir que aún de la manera más desapacible posible, uno pueda entrar en esa «zona oscura» que le permite dejar de estar fascinado con las luces de su propia época y tal como proponía Agamben ser radicamente contemporáneo en la distancia inevitable que uno toma respecto a su propio tiempo y lograr vislumbrar, como por accidente o fallo técnico de la emisión ese «precursor oscuro» (como también lo llamaba Agamben en su magnífico texto «Qué es ser contemporáneo?») que precede siempre al fugaz y dificilmente invocable relámpago que nos permitirá tener esa visión de largo alcance que nos capacitará para construír y entender «nuestro tiempo», esa tele-visión.
Lo único que también a (nos)otros nos apena realmente es que este trabajo de investigación, esta experiencia expositiva, no se haya dado dentro de un programa público de investigación, análisis, aprendizaje de lectura y construcción de nuestra propia cultura visual geopolíticamente contextualizada impulsada por nuestro Centro Gallego de Arte Contemporáneo, lo que nos habría llevado a tener la suficiente capacitación estética e intelectual como para compartir con el director del Centro y con el Centro mismo la ilusión por la visita de este trabajo en el que nuestro y vuestro deseo como motor de su (la del CGAC) comunidad profesional y ciudadanía no ha sido, todavía, nunca, implicado. Sospechamos que ese trabajo intentará solucionarse, algo intempestiva y desde luego puntualmente, con la exposición que el CGAC dedicará inminentemente al productor audiovisual Antón Reixa, de la que pronto escribiremos, también.
Lo más emocionante, todavía, de esta exposición, si eso algo importa, es que hemos visto a J.L. Godard sentado en su sofá, sacudiéndose la camisa mientras de pronto a modo de explicación por su gesto intempestivo dice: «El fantasma de las migajas», de cenas pasadas, no hemos podido evitar sentir.